La pareja Carlos IV y Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, ha sido una de las más letales para los intereses españoles de la historia. En su haber se encuentran Trafalgar, la entronización de José I, la invasión napoleónica, la pérdida de la Luisiana, la guerra de la independencia… Pero al menos tuvieron una idea buena, que no llegó a llevarse a cabo, la creación de una especie de commonwealth española, años antes de que siquiera pasara por la cabeza de ningún gobernante británico.
No está claro si la idea fue de Carlos IV o de Godoy pero en un rasgo de lucidez el máximo mandatario español propuso en 1806, poco después del desastre de Trafalgar, un sistema de descentralización del gobierno del imperio americano que podría haber solucionado el proceso de independencia iniacido apenas dos décadas después.
Es decir, un modelo semejante a la Commonwealth británica que se formó en la década de 1931 por antiguas colonias británicas con el fin de fomentar intereses comunes como el comercio, la defensa o las relaciones comunes. La cabeza, sin ningún poder ejecutivo, es la reina británica y la independencia de los países es total salvo para aquellas cuestiones que son interés de todos.
El rey escribió una carta en octubre de 2006 al doctor Amat, arzobispo de Palmira y abad de San Ildelfonso, que en ese momento se hallaba en Segovia exponiéndole este plan y preguntando si iba contra la religión. En concreto Carlos IV proponía dividir América en varios reinos o señoríos unidos a Esapña por lazos feudales. Lógicamente al frente de cada uno de ellos colocaría a uno de sus familiares y a Manuel Godoy.
Lógicamente estos territorios tendrían unas obligaciones con la metrópoli. Carlos IV tomaría el título de Emperador y los reinos deberían pagar cierta cantidad económica que hiciera efectivo su vasallaje. Además, debería apoyar la política exterior española incluyendo el envío de tropas y naves en caso de conflicto.
El arzobispo de Palmira le contestó consderando que la idea no era del todo mala. En primer lugar, señalaba en su respuesta que no se iba a desprender ningún tipo de daño para “la religión” siempre y cuando al frente de estos nuevos reinos se colocaran a personas “animadas de la religiosa piedad que caracteriza la real familia de vuestra majestad”.
El abad de San Idelfonso pasa a enumerar una serie de ventajas que podrían tener los territorios rompiendo la dependencia directa con la metrópoli. Habla así de progresos en la agricultura, las artes y de la población al depender de su propio soberano y no de un lugar tan distante como España. El religioso parece ser consciente de las corrientes independentistas que empezaban a aparecer en la América española. En su opinión, la medida facilitaría también la defensa de las colonias.
Pero la caída de Godoy y la invasión napoleónica echaron por tierra este proyecto. Quizá la historia hubiera discurrido de otra forma.