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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

¿Soy yo o todo en la vida parece ahora una serie de ficción?

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Nadie duda a estas alturas de la influencia que tienen las series en la actualidad. No sólo a nivel cultural, sino en el ámbito social también. El consumo de este tipo de productos ha aumentado considerablemente en los últimos años. Desde 2002 las ficciones de televisión han crecido en un 168%. Con estas cifras no es descabellado suponer la enorme incidencia que este hábito tiene en nuestro lenguaje, en nuestros referentes diarios, en nuestra actividad cotidiana y en nuestros comportamientos.

Algunos títulos gozan de tal éxito que son usados en conversaciones y escritos para describir un hecho o una acción, sin necesidad de contextualizar demasiado. Posiblemente al que más se recurra sea a ‘Juego de Tronos’. Así se alude a menudo a la ‘boda roja’ para referirse a una escabechina humana o a la ‘boda púrpura’ si se está hablando de venganzas. Se menciona a Khaleesi como fuerza liberadora o a Cersei como mente maquiavélica. Las series usadas como figuras metafóricas van más allá de los 7 Reinos y podríamos citar otros ejemplos, como ‘Perdidos’, ‘Black Mirror’ o ‘Friends’, que forman parte ya del imaginario colectivo. Un caso reciente: la mayoría de crónicas que se escribieron sobre el rifirrafe entre las reinas Sofía y Letizia echaron mano de la serie ‘The Crown’ para ilustrar el entuerto.

 

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El auge de las series ha logrado también que penetren de forma masiva en la manera de expresarnos, con determinadas palabras o conceptos. Es el caso de ‘spoiler’, que ha pasado de ser un término que se utilizaba en ámbitos académicos a usarse en jerga diaria. Los ‘spoilers’ van más allá de las revelaciones de tramas seriéfilas o cinematográficas. Ahora se hace ‘spoiler’ de todo, de un partido de fútbol, de un ligue de una noche o de una discusión. El vocablo ha ido más allá de su concepción original y se se recurre a él con naturalidad cuando alguien no quiere que le chafen un final, de un producto de ficción o no. Aunque con menos frecuencia otros conceptos también han traspasado el ámbito seriéfilo y nos sirven para describir sentimientos, situaciones o momentos. Así, una sucesión de entuertos en la vida real puede calificarse como ‘una sit-com’, una repetición del mismo suceso en diferentes momentos o con distintas personas podría ser ‘un remake’ y una explicación que se interrumpe en el instante más interesante sería un ‘cliffhanger’ en toda regla. Las secuelas ya no son solo consecuencias negativas de algo y hay otros pilotos más allá de los que dirigen aviones. Términos como flashbacks o dramedia se cuelan en nuestras charlas sin necesidad de que estemos discutiendo sobre una ficción. El diccionario de la calle ha crecido por culpa de las series.

El colmo del influjo, del ascendiente que tienen los productos seriados en nuestro hecho cotidiano es la percepción de la realidad como si fuese una serie. Me explico: ¿No ha tenido usted la sensación con algunos acontecimientos recientes de estar viviendo una serie en tiempo real? Como si fuese algún experimento o una entrega especial de ‘Black Mirror’. Ocurrió con la destitución de Pedro Sánchez, que vivimos casi en directo, con personajes secundarios que de pronto tomaban relevancia (Verónica Pérez), giros inesperados (las 17 dimisiones de la ejecutiva del PSOE), o batallas campales que parecían ‘season finales’ (el comité federal).

 

GRAF5591. MADRID (ESPAÑA), 17/04/2018.- La presidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes, a su llegada a la rueda de prensa tras la reunión del Consejo de Gobierno, esta mañana en la Puerta del Sol.- EFE/Ballesteros

 

La última serie real de la que hemos sido espectadores (aún sigue en emisión) es la del máster de Cristina Cifuentes, en torno a una presidenta que ve cómo su gobierno se tambalea por culpa de un dato de su currículum que no cuadra. Lo que parecía una pequeña anécdota va tomando volumen y transformándose en una crisis ‘casi de estado’. Podría ser ‘Borgen’, pero la protagonista tiene menos carisma, eso sí. Ahora bien, piensen en cómo nos hemos referido al caso Cifuentes. Cada dato inédito en la investigación y cada revelación (documentos falsificados, profesores asegurando que no habían firmado nada) han sido recibidos entre la audiencia como si se tratasen de nuevos capítulos. Cada maniobra o reacción nos parecían giros de guión, algunos bastantes inverosímiles por cierto, que de pertenecer a un producto de ficción hubiésemos rechazado sin duda. Lo de Pablo Casado (su no máster) bien parecía un ‘spin off’ y los más avanzados contemplaron la renuncia de Cifuentes a su propio máster como un ‘jumping the shark’ (salto de tiburón), que para el que no lo sepa es un recurso del que echan mano los guionistas cuando la serie se alarga, pierde interés y es necesario usar un reactivo (por increíble que sea) para captar de nuevo la atención del público. Lo del robo en el hipermercado, tipo Winona, es una trama que ni a los guionistas más rebuscados se les hubiese ocurrido.

Aunque para serie que se alarga la de Puigdemont, que ya lleva en antena varias ‘temporadas’, algunas con ‘season finales’ impactantes como lo fue la detención en Alemania, que nadie esperaba y que despertó el interés perdido. Entre medio hemos asistido a consultas ilegales, conflictos policiales, huidas, elecciones, sentencias polémicas y otros recursos narrativos que de nuevo son observados por los ciudadanos-espectadores como si asistiesen en primera fila a un guión orquestado.

Porque las series se han convertido en el elemento común para medirlo todo, para compararlo todo, para calificarlo todo. Son objetos/herramientas cada vez más extendidas, más plurales y más presentes en nuestra vida, por lo que es lógico que se recurra a ellas, consciente o inconscientemente.

 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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