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Juan Sanchis

La película de la semana

El descenso a los infiernos de Robert de Niro

 “Hay tres maneras de hacer las cosas: la correcta, la incorrecta y la mía” (Robert de Niro en Casino)

 

 

Si Robert de Niro hubiera fallecido en 1980 hubiera entrado con un puesto destacado en el ‘olimpo’ de los actores. Sus interpretaciones de Vito Corleone en El Padrino II (1974), premiado con el Oscar al mejor actor secundario; Travis Bicklen en Taxi driver (1976), Michael en El cazador (1978) y Jake LaMotta en Toro salvaje (1980), por el que ganó el Oscar a mejor actor, rozan la perfección.

Robert de Niro ha sido uno de los grandes actores del cine de las últimas décadas y, quizá, el más representativo de su generación. Tiene en su haber siete nominaciones al Oscar y se ha llevado dos premios de la Academia. Nunca se ha encasillado y su carrera se ha caracterizado por una gran versatilidad, siendo capaz de interpretar con infinitos matices tanto a un mafioso como a un enfermo mental o a un boxeador. Siempre ha hecho frente a personajes complejos con los que ha demostrado ser uno de los mejores alumnos del Actor’s Studio.

Es uno de los actores que mejor ha encarnado el método sorprendiendo su capacidad de adaptación al personaje. Sus metamorfosis físicas y corporales han pasado a la historia. Fue capaz de engordar 30 kilos en sólo tres meses para poder interpretar a Jake LaMotta o tranformarse totalmente para ser Travis Bicklen.


Alcanzar un nivel tan alto en los comienzos de una carrera supone siempre un hándicap. Durante las décadas de los 8o y 90 del siglo pasado, aunque con altibajos, fue capaz de afrontar el reto llegando a ofrecer algunas interpretaciones memorables. Trabajó con Sergio Leone en Erase una vez en América interpretando al mafioso David ‘Noodles’ Aaronson. Dio vida a Rodrigo Mendoza, el caballero convertido en jesuita de La misión (1986). Otro de los papeles que se mantienen en el imaginario popular es su encarnación de Al Capone en la brillante Los intocables de Eliot Ness (1987) de Brian de Palma.

1990 fue un año especialmente gratificante. Recibió una nueva nominación por su interpretación de Leonard Lowe en Despertares y bordó la genialidad con su encarnación de Jimmy Conway en Uno de los nuestros, de nuevo con Martin Scorsese. Con él volvería a trabajar en Casino en el papel del mafioso Sam “Ace” Rothstein. En 1993 hizo una incursión en la dirección con la entrañable y emotiva Una historia del Bronx.

Su punto de inflexión se produjo a mediados de los 90. Mantuvo aún cierto nivel en Heat (1995), La cortina de humo (1997) y Ronin (1998). Pero desde ese momento el actor se embarcó en una serie de proyectos que probablemente engrosaron su cuenta corriente pero que no merecen encontrarse en la filmografía de un actor de su nivel. A veces parodiándose u otras con personajes sin sustancia, como la exitosa saga de la familia Fockers, se ha limitado a dejarse ver sin emplear ninguno de sus recursos.

Hay quien dice que hace años que tendría que haberse retirado. Y quizá tengan razón. Aún así de cuando en cuando vuelve a brotar el genio que lleva dentro, como en Todo está bien, y permite comprobar que algo ha quedado de su glorioso pasado. En cualquier caso, es triste ver el ocaso de una estrella que no ha sabido o no ha querido envejecer.


 

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Sobre el autor

"¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso es el cine”. Así definía John Ford el Séptimo Arte y creo que no hay una mejor. El cine es lo que cada uno quiere que sea. Otro maestro, Billy Wilder, afirmó que "Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces el cine ha alcanzado su objetivo". No hay más que añadir.


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