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Jesús Trelis

Historias con Delantal

Entre sorbos de Burdeos, árboles de pepino y océanos de vino

Este verano te invito a descalzarte. A comerte a bocados los días. A que me acompañes en este diario de gozos (o derivas, que nunca se sabe), sin orden ni concierto, para ir picando (como si de un tapeo se tratara) historias de aquí y de allá. Este verano te invito a que llenes tu vaso de ganas de vivir, tu mesa de ganas de dejarte seducir, tu maleta de alas para partir. Te invito a brindar bajo el sol. 

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I. ENTRE SORBOS DE BURDEOS 


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Había dejado la botella descorchada reposando en la biblioteca, junto al estante de los libros de aventuras. Pensé que de esta manera se mezclarían los aromas del Burdeos con los de las hazañas del Barón de Münchhausen y las andanzas de Huckleberry Finn. Y pensé que el alma del Misisipi del libro de Twain salpicaría al vino. Y que Münchhausen le susurraría que no hay lugar para los cíclopes de tres patas de los Mares del Sur, ni hay sitio para los árboles de pepino, ni para los océanos de vino… «No hay sitio para mí».

Pensé que cuando el vino escuchara eso, se rebelaría consigo mismo y rebuscaría resquicios de fantasías entre sus taninos. Y que cuando me lo bebiera, esa rebelión del ilustrado tinto daría energía a mi imaginación y desplegaría ante mí un verano viajando entre imposibles: un caballo de cartón, una alas de piel de melocotón, un cielo por el que cabalgar veloz; de nube en nube, como un explorador que busca islas repletas de tesoros que algún pirata ocultó.

«UN CABALLO DE CARTÓN, UNAS ALAS DE PIEL DE MELOCOTÓN, UN CIELO POR EL QUE CABALGAR VELOZ»

Pensé todo eso mientras el vino se aireaba en mi biblioteca y yo ultimaba la maleta para escapar este verano. Sólo quedaba por colocar las zapatillas de correr, un neceser de mago, algo que comer y mi larga chistera plegable, que suelo sacar a que le de el aire cuando el calendario me libera de las cadenas de lo cotidiano. Sí, lo cotidiano: esos días, ya lo escribió Cortazar, en los que toca «ablandar el ladrillo…».

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Te decía que tenía la maleta casi lista. Y que el Burdeos respiraba en la estantería entre letras épicas, palabras siniestras, novelas imprevistas. Un monje con la lengua azul, un perfumista algo caníbal, un indígena llamado Viernes y una boa que se comió al elefante. «Venga a mí este vino», me dije dejando caer púrpura el líquido en una copa impecable. Hermosa como el grial, de fino cristal, de un palmo de altura y cinco dedos de ancho. Digna.

«UN MONJE CON LA LENGUA AZUL, UN PERFUMISTA ALGO CANÍBAL, UN INDÍGENA LLAMADO VIERNES Y UNA BOA QUE SE COMIÓ AL ELEFANTE»

Olfateé el St. Julien, como en ‘La Cata’ de Roald Dalh (1). Acerqué mis labios, los mojé y saboreé. Sentí en mi lengua recorrer el regusto de la melancolía, la suavidad de las caricias. Terciopelo, mantequilla. Fue como si la nostalgia fuera un tinto impregnado por las aventuras de la infancia. Aquellos veranos de uvas maduras y de moras sangrando en la mano. Un olivo milenario, el gallo de reflejos dorados, luciérnagas iluminando un río que se ha secado.

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Disfruté el St Julien nostálgico relamiendo aquel primer sorbo. Y recreándome con él, intuí los cíclopes de tres patas que negó el barón. Árboles de pepino (2) y océanos de vino (3). Puse el corcho en la botella, cerré la maleta y emprendí viaje. Libre con mi chistera. Como un mago de vacaciones con un puñado de besos en el bolsillo. Por si me hacen falta para algún amanecer.

 

 


A PIE DE BARRA 🙂


1. ‘La Cata’ de Roald Dalh. El maravilloso libro de Roald Dalh nos pone ante la mesa de la condición humana. De pronto, en el abismo de lo que somos, hasta dónde podemos llegar, por orgullo y ambición. Por perder el Norte ante una tentación. En la mesa, es cierto, las tentaciones son continuas y extraordinarias. A mí me dice, “ya te han captado”, porque sólo tengo una obsesión: ir de mesa en mesa descubriendo, pensando, reflexionando. Volver a Mugaritz, descubrir Etxabarri, cumplir con Jesús Segura… el mapa gastronómico es inmenso.

Del libro editado por Nórdica Ilustraciones (que es una joya), me quedo el momento en el que uno de los protagonistas, el sobredimensionado gourmet Robert Patt, prueba el Burdeos. sencillamente maravilloso. Punto de inspiración y partida de esta historia.  

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2. Árboles de pepino. Cuando el barón Münchhausen habla de que no había lugar para los árboles pepino, uno se resiste. Y piensa en esos pepinos inmensos que puedes encontrar por muchos huertos (que hacen crecer de manera descomunal para luego hacer simiente con él). O en el anficós, una variedad del pepino que es extralargo y peludo, y parece diseñado para un cuento. El pepino, tan refrescante, encuentra acomodo en algunos platos elegantes de los grandes chefs. Recuerdo en especial uno de Rafa Soler (Audrey’s) de 2016, que servía con quisquilla. Y que era excepcional. La exacelencia de la humildad. 

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Igual que recuerdo, esa sopa fría de pepino (anficós, en este caso) con tomates verdes y también quisquilla que probé el pasado año en La Ereta de Dani Frías. Fantástica. “La quisquilla dulzona (riquísima), el toque ácido del tomate y la siempre peculiaridad del anficós (que tanto me gusta). Un plato que arrolló el paladar gritando que estaba ahí para alegrarte el verano”, escribí en aquel momento.

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3. Océanos de vino.  Y parafraseando de nuevo el barón, finiquitamos este primer capítulo de historias de verano. Océanos de vino, dice. Y uno se imagina cómo sería su particular planeta repleto de mares de vinos. Me encantaría atravesar el mar de Rabasa, con esos tesoros particulares que tiene en su casa. David es mucho David. Y surcar, placentero, la inmensidad del océano de Alberto Redrado. Mientras escucho sus historias que te llevan a reflexiones certeras sobre las cosas que pasan en el mund0 del vino.

Me gustaría nadar, como si fuera un Robinson, por el particular mediterráneo de Navarrete. Y llorar, como llora él, de emoción. Al pensar, que dentro de una botella siempre hay una historia de amor. La que escribe quien recolecta la uva, quien hace el mosto, quien mima en las barricas un vino que luego tendrá cuerpo, ojos, corazón. A travesar océanos de vino, como si fuera un pirata en busca de tesoros: los que tiene Ismael en Nerua, chispeante y emocionante. Los que tiene Henestrosa en su bodega de Aponiente. Esa que custodia el Corto Maltés, advirtiendo que allí más que una bodega hay una vida. Y esa es la vida de alguien que vive el vino como algo más que cultura, que ciencia… Arte. 

“Juanito, la terraza es tuya”, le diría

Me gustaría reencontrarme con Juan Piñero en su bodega, sentarme ne mitad dela bodega de Coque para que Rafael Sandoval me toreara sus vinos con pasión;  dejar que David Robledo me muestre su cartas vinícolas, como si fueran las cartas de navegación de un sumiller de mares. Me gustaría llegar algún día a hablar con Antonio Flores, el hacedor de vinos, cuyo sólo nombre me emociona, me suscita pasiones. Y, sobre todo, ya lo sabes, me gustaría embarcarme para hacer una travesía los que tiene casi sin límites por el mar, o los mares, de Guillermo (y su gente. De Silvia, de Edu…. de los que habrán llegado y estuvieron y llegarán).

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Me gustaría ir con Guille por su particular archipiélago de vinos y emocionarme con sus Quina, con Pancho, con su botritis… pero sobre todo, con sus palabras, sus emociones, sus relatos, su vida. Quizá, porque como Guillermo Cruz yo también me creo esto, amo esto, vivo esto con pasión. Y hasta con la ingenuidad de que en una copa de vino a un plato unido se puede esconder la esencia de todo. Se esconde lo que somos. Océanos de vida

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CONTINÚA EL VIAJE. #BRINDISALSOL

PRÓXIMO CAPÍTULO….

Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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